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Las moreras de córdoba

Este proyecto nació de la intención de fotografiar los iconos más representativos de mi ciudad, Lisboa, con una cámara antigua

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UN BARRIO ASOLADO POR EL PARO

Las Moreras es uno de los barrios más desfavorecidos de la ciudad de Córdoba, caracterizado por la pobreza y la exclusión social, donde viven cerca de 8.000 personas.

La pareja vive en un bar del barrio que pertenece a la Junta de Andalucía por el que paga un alquiler mensual de 70€. El local no tiene licencia de apertura y Ismael y María no han pagado los 441€ para regularizar la situación, alegando que si lo hicieran no tendrían para comer.
Dadas las condiciones logísticas, sus dos hijos viven con los padres de Ismael, pero su caso está en el punto de mira de los Servicios Sociales, que amenazan quitarles los niños alegando que “el entorno en el que viven no es favorable”.
En mayo de 2014 le diagnosticaron un tumor en el páncreas y fue operada en junio, habiendo empezado el tratamiento de quimioterapia el 10 de noviembre, un día antes de que Interviú la visitara en su piso.
Rafaela Bueno Muñoz, de 51 años, dejó de trabajar hace 8 años por padecer de fibromialgia y depresiones crónicas. Hoy día no percibe ninguna pensión social y tiene una orden de desahucio de su piso, cuya ejecución es inminente, por deber 3300€ de alquiler.
Reclama una vivienda de alquiler social al ayuntamiento de Córdoba, donde pueda vivir con sus hijos y desea conseguir un puesto de trabajo.
María Teresa Aguilar Rabadán, de 26 años, vive en casa de su padre, de 71 años (en la imagen), con el hermano, de 40, y comparte habitación y cama con sus dos hijos, de 4 y 5 años. Su madre murió cuando tenía cuatro años.
Rafael Reigal, de 51 años, trabajó toda su vida en la construcción y como peón de arqueología, pero en total sólo cotizó cinco años. Hace ocho, perdió su empleo y desde entonces no volvió a tener un puesto de trabajo. Actualmente, y durante los próximos seis meses, recibe una pensión social de 426€, pero luego estará sin ingresar ninguna ayuda durante una año, hasta que pueda de nuevo demandar un apoyo económico a las administraciones.
Después de pagados todos los gastos, alquiler, agua, luz, seguro del piso y comunidad, el matrimónio afirma que tan sólo le sobra 50€ para alimentarse, a ellos y a sus dos hijos. Así que dificilmente tirarían si no fuera por la ayuda de las madres de ambos, a casa de quienes van a buscar a diario la comida del almuerzo y la cena.
Cuando tenía 14 años, los Servicios Sociales le apartaron de su madre, bien como a sus dos hermanos pequeños, e ingresó en una Casa de Acogida hasta los 18, edad con la que volvió al barrio para vivir con sus abuelos. Está inscrito en el INEM en el Programa de Empleo Joven pero sigue esperando que le llamen para un trabajo.
Vive con sus padres, en Las Moreras, y tiene dos hermanos, uno que también vive en el barrio y otro en un pueblo de Sevilla, pero ellos tampoco tienen trabajo.
Yolanda Sánchez, de 23 años, vive en el piso de tres habitaciones de su suegra, con su hija y su marido, con las tres hermanas de este y con el cuñado. En total son ocho y sólo hay un baño.
De izquierda a derecha: Sus cuñadas, Dolores (20 años), Yaissa (15 años) y Sandra Carmona (25 años), Encarnación Bailón, la suegra (44 años), Yolanda, su hija, su marido, Antonio Carmona (23 años) y el cuñado Hicham Taban (29 años)
Antonia Mora, de 55 años, tiene tres hijos, y los dos mayores, de 35 y 31 años, viven con ella y están en paro. Su marido, que murió hace un año, después de vivir cinco en una silla de ruedas, recibía una pensión de 800€, pero cuando falleció la pensión de viudez que cobra Antonia se quedó en 479€. Es el único ingreso con que cuenta para mantenerse a ella y a sus dos hijos.
Durante 18 años Antonia cuidó de un matrimonio mayor, pero nunca cotizó, por lo que no tiene derecho a ninguna prestación. Además de su pensión de viudez, Antonia cuenta con la ayuda de su hija menor, Beatriz, cuyo marido está trabajando, y que le aporta algunos alimentos. No hay margen para imprevistos, como para reparar la puerta de su nevera, que está rota y funciona por encaje y desencaje.
Diego Pérez Puga, de 40 años, tiene una cafetería en Las Moreras, barrio donde vive. Abre las puertas de 6.30h a 15h y de 18h a 00h, y bajó los precios cuanto pudo, pero dice hay días en que lo que ingresa no supera los gastos, porque «no hay dinero en el barrio».
Paga un alquiler de 360€ a la Junta de Andalucía, administración que Diego acusa de no ayudar a los comerciantes de La Moreras al cobrar mensualidades tan elevadas que condenan al fracaso los negocios de un barrio hundido en la pobreza. Además denuncia que con lo que gana en su tienda “comemos dos familias”.
Llenar la nevera se convirtió en un lujo en esta barriada de Córdoba. Ana Sánchez, trabajadora agrícola de 57 años, siempre se abasteció en el supermercado del barrio. Venía todas las semanas a comprar al negocio de la familia Ruiz, pero ahora, cuando el trabajo temporal escasea más que nunca, intenta no venir más de una vez al mes y gastar lo menos posible. Además de su marido, en su casa vive también un hijo de 37 años que no tiene trabajo.
Llenar la nevera se convirtió en un lujo en esta barriada de Córdoba. Ana Sánchez, trabajadora agrícola de 57 años, siempre se abasteció en el supermercado del barrio. Venía todas las semanas a comprar al negocio de la familia Ruiz, pero ahora, cuando el trabajo temporal escasea más que nunca, intenta no venir más de una vez al mes y gastar lo menos posible. Además de su marido, en su casa vive también un hijo de 37 años que no tiene trabajo.
Raquel Molina tiene 33 años y dos hijos de 14 y 13 años que viven con ella. Tiene un contrato de dos meses trabajando como barrendera en el barrio para la empresa de limpeza municipal, con el que ingresa 430€ netos. Es un puesto de inclusión social, en el que están apuntados varios vecinos del barrio.
Cuando termine su contrato, Raquel cuenta poder recibir una ayuda social de 426€ durante cuatro meses, y que luego la vuelvan a llamar. Actualmente tiene “una deuda de luz de más de 1000€”, y está esperando que vengan a quitarle el contador. Durante dos meses no tuvo agua caliente, porque el termo se estropeó y no tenía medios para repararlo.